LA SIMBIOSIS DE
LA EMOCIÓN Y
LA RAZÓN
El cerebro emocional
garantiza nuestra supervivencia en situaciones límite porque reconoce con
rapidez las situaciones de peligro y pone en marcha reacciones preorganizadas.
Se ocupa de la transformación fisiológica de los procesos del cerebro racional.
Sobre todo, nos facilita decisiones racionales porque nos presta una ayuda
orientativa ante una maraña de posibilidades. En sentido inverso, el cerebro
racional amortigua y relativiza las oleadas de emociones que nos invaden y
afina y cultiva los modelos de reacción del cerebro emocional, primitivos en
comparación.
Sentir y pensar son cosas,
por lo tanto, que están entrelazadas. Nuestras emociones determinan en qué
medida podemos poner en marcha nuestro potencial mental : para pasar bien
la selectividad, además de un cociente intelectual lo más elevado posible,
necesitamos también cualidades como la constancia y el optimismo. Nuestro
pensamiento determina el grado de sensibilidad y profundidad con que podemos
sentir. Para que una ópera de Verdi sea algo más que un tapiz de sonidos
embriagadores necesitamos, además de cualidades como la sensibilidad y la
imaginación, capacidades analíticas : la comprensión de la lógica y la
estructura interna en el fluido de las notas, sensibiliza, diferencia y aumenta
nuestra percepción emocional de la música.
LAS PASIONES QUE CAUSAN
PADECIMIENTO
Considerando nuestros
factores hereditarios emocionales, apenas nos diferenciamos de los antiguos
romanos, de los campesinos y ganaderos del Mesolítico o de los cazadores y
recolectores del Paleolítico.
No nos hagamos
ilusiones : en lo que se refiere a las emociones, el ser humano todavía no
se ha bajado de los árboles.
En un punto, por lo tanto,
los racionalistas como Descartes y Kant tenían sin duda razón : las
emociones pueden producir efectos contraproducentes sobre nuestro proceso de
pensamiento.
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