MANUAL DE VIDA
Epicteto (35 d.C - 135 d.C.)
Saber lo que puedes controlar y lo que no
La felicidad y la libertad comienzan con la clara comprensión de un principio: algunas cosas están bajo nuestro control y otras no. Sólo tras haber hecho frente a esta regla fundamental y haber aprendido a distinguir entre lo que podemos controlar y lo que no, serán posibles la tranquilidad interior y la eficacia exterior.
Bajo control están las opiniones, las aspiraciones, los deseos y las cosas que nos repelen. Estas áreas constituyen con bastante exactitud nuestra preocupación, porque están directamente sujetas a nuestra influencia.
Siempre tenemos la posibilidad de elegir los contenidos y el carácter de nuestra vida interior. Fuera de control, sin embargo, hay cosas como el tipo de cuerpo que tenemos, el haber nacido en la riqueza o el tener que hacernos ricos, la forma en que nos ven los demás y nuestra posición en la sociedad. Debemos recordar que estas cosas son externas y por ende no constituyen nuestra preocupación. Intentar controlar o cambiar lo que no podemos tiene como único resultado el tormento.
Recordemos: las cosas sobre las que tenemos poder están naturalmente a nuestra disposición, libres de toda restricción o impedimento; pero las cosas que nuestro poder no alcanza son debilidades, dependencias, o vienen determinadas por el capricho y las acciones de los demás. Recordemos, también, que si pensamos que podemos llevar las riendas de cosas que por naturaleza escapan a nuestro control, o si intentamos adoptar los asuntos de otros como propios, nuestros esfuerzos se verán desbaratados y nos convertiremos en personas frustradas, ansiosas y criticonas.
Ocúpate de tus propios asuntos
Presta atención únicamente a tus verdaderas preocupaciones y da por sentado que lo que pertenece a los demás es asunto suyo y no tuyo. Si obras así, serás impermeable a la coacción y nadie te podrá retener.
Serás auténticamente libre y eficaz, pues darás buen uso a tus esfuerzos en lugar de malgastarlos criticando u oponiéndote a los demás. Si conoces y prestas atención a tus verdaderas preocupaciones, nada ni nadie te hará actuar contra tu voluntad; los demás no podrán herirte, no ganarás enemigos ni padecerás ningún mal. Si tienes el propósito de vivir siguiendo estos principios, recuerda que no será fácil: deberás renunciar por completo a algunas cosas y posponer otras por ahora. Es probable que debas privarte de la riqueza y el poder si quieres asegurarte de alcanzar la felicidad y la libertad.
Reconoce las meras apariencias
A partir de ahora debes ejercitarte en decirle a cualquier cosa desagradable: «Eres sólo una apariencia y en modo alguno lo que aparentas ser». Entonces considera concienzudamente el asunto en cuestión de acuerdo con los principios que acabamos de mencionar. En primer lugar, ¿atañe esta apariencia a las cosas que están bajo mi control o a las que no? Si atañe a cualquier cosa que esté fuera de tu control, aprende a no preocuparte por ella.
El deseo reclama ser satisfecho
Nuestros deseos y aversiones son soberanos veleidosos que reclaman satisfacción. El deseo nos ordena correr y coger lo que queremos. La aversión insiste en que evitemos las cosas que nos repelen. Es bastante común que nos decepcionemos cuando no conseguimos lo que queremos y que nos aflijamos cuando logramos lo que no queremos. En cambio, si evitas sólo las cosas indeseables que son contrarias a tu bienestar natural y que están bajo tu control, nunca te verás envuelto en algo que no quieras realmente. No obstante, si tratas de evitar fatalidad es como la enfermedad, la muerte o el infortunio, sobre los cuales no tienes un control real, sufriréis tú y quienes te rodean. El deseo y la aversión, aunque poderosos, no son más que hábitos. Y podemos ejercitarnos en tener mejores hábitos. Restringe el hábito de verte rechazado por todas esas cosas que escapan a tu control y céntrate, en cambio, en las cosas nocivas que sí puedes combatir. Haz todo lo que esté en tu mano para refrenar el deseo. Pues si deseas algo que escapa a tu control, seguramente acabarás decepcionado; mientras, estarás descuidando las cosas que están bajo tu control y que son merecedoras de deseo. Por supuesto, hay ocasiones en las que por razones prácticas debemos ir tras unas cosas y regir otras, pero debemos hacerlo con elegancia, discernimiento y flexibilidad.
Veamos las cosas tal como son en verdad
Las circunstancias no se presentan para satisfacer nuestras expectativas. Las cosas suceden por sí mismas.
La gente se comporta tal como es. Aprovecha lo que realmente obtienes. Abre los ojos: tienes que ver las cosas tal como son y así te ahorrarás el dolor de los falsos vínculos y de la decepción evitable. Piensa en lo que te deleita, las herramientas con las que cuentas, las personas a quienes quieres. Pero recuerda que tienen su propio carácter específico, el cual poco o nada tiene que ver con la forma que tenemos de verlo. A modo de ejercicio, piensa en la cosa más insignificante a la que te sientas vinculado. Pongamos, por ejemplo, que tienes una copa favorita. Al fin y al cabo, no es más que una copa, de ahí que si se rompe puedas soportarlo. A continuación toma una cosa o una persona para con quien tus sentimientos y pensamientos de apego sean más intensos. Recuerda, por ejemplo, cuando abraces a tu hijo, a tu marido, a tu esposa, que estás abrazando a un mortal. Así, si uno de ellos muriera, podrías soportarlo con entereza. Cuando algo acontece, lo único que está en tu mano es la actitud que tomas al respecto; tanto puedes aceptarlo como tomarlo a mal. Lo que en verdad nos espanta y desalienta no son los acontecimientos exteriores por sí mismos, sino la manera en que pensamos acerca de ellos. No son las cosas lo que nos trastorna, sino nuestra interpretación de su significado.
¡Deja de asustarte a ti mismo con ideas impetuosas, con tus impresiones sobre el modo en que las cosas son! Las cosas y las personas no son lo que deseamos que sean ni lo que parecen ser. Son lo que son.
Armoniza tus actos con la vida tal como realmente es
No intentes establecer tus propias normas. Compórtate siempre, en todos los asuntos, grandes y públicos o pequeños y privados, de acuerdo con las leyes de la naturaleza. La armonía entre tu voluntad y la naturaleza debería ser tu ideal supremo. ¿Dónde practicar este ideal? En los pormenores de la vida cotidiana, en las tareas y deberes personales. Cuando lleves a cabo una tarea, como darte un baño, hazlo tan bien como puedas, en armonía con la naturaleza. Cuando comas, hazlo tan bien como puedas, en armonía con la naturaleza, y así sucesivamente. No se trata tanto de qué estás haciendo como de cómo lo estás haciendo. Mientras comprendamos correctamente este principio y vivamos con arreglo al mismo, aunque surjan dificultades (pues también forman parte del orden divino), la paz interior seguirá siendo posible.
Los acontecimientos no nos hacen daño, pero nuestra visión de los mismos nos lo puede hacer
Las cosas, por sí mismas, no nos hacen daño ni nos ponen trabas. Tampoco las demás personas. La forma en que veamos las cosas es otro asunto. Son nuestras actitudes y reacciones las que nos causan problemas. Por consiguiente, ni siquiera la muerte tiene gran importancia por sí misma. Es nuestro concepto de la muerte, nuestra idea, lo que es terrible, lo que nos aterroriza. Hay formas muy distintas de pensar sobre la muerte. Examina a fondo tus conceptos sobre la muerte y sobre todo lo demás. ¿Son realmente ciertos?¿Te hacen algún bien? No temas a la muerte y al dolor; teme al temor a la muerte y al dolor. No podemos elegir nuestras circunstancias externas, pero siempre podemos elegir la forma de reaccionar ante ellas.
Ni vergüenza, ni culpa
Si lo que sentimos acerca de las cosas es lo que nos atormenta, más que las cosas en sí mismas, resulta absurdo culpar a los demás. Por consiguiente, cuando sufrimos un revés, una molestia o una aflicción, no les echemos la culpa a los demás, sino a nuestra propia actitud. La gente mezquina suele reprochar a los demás su propio infortunio. La mayoría de la gente se lo reprocha a sí misma. Quienes se consagran a una vida de sabiduría comprenden que el impulso de culpar a algo o a alguien es una necedad, que nada se gana con culpar, ya sea a los demás o a uno mismo. Uno de los signos que anuncian el alborear del progreso moral es la gradual extinción de la culpa. Vemos la futilidad de la acusación. Cuanto más examinamos nuestras actitudes y trabajamos sobre nosotros mismos, menos susceptibles somos de ser barridos por reacciones emocionales tormentosas en las que buscamos explicaciones fáciles a sucesos espontáneos. Las cosas son sencillamente lo que son. Los demás que piensen lo que quieran; no es asunto nuestro. Ni vergüenza, ni culpa.
Crea tu propio mérito
No dependas nunca de la admiración de los demás. No tiene ningún valor. El mérito personal no puede proceder de una fuente externa. No lo encontrarás en las relaciones personales, ni en la estima de los demás. Es cosa probada que las personas, incluso quienes te quieren, no estarán necesariamente de acuerdo con tus ideas, no te comprenderán ni compartirán tu entusiasmo. ¡Madura! ¡A quién le importa lo que los demás piensen de ti! Crea tu propio mérito. El mérito personal no puede alcanzarse mediante la relación con personas de gran excelencia. Te ha sido encomendada una labor que debes llevar a cabo. Ponte manos a la obra, hazlo lo mejor que puedas y prescinde de quien pueda estar vigilándote. Lleva a cabo un trabajo útil manteniéndote indiferente al honor y a la admiración que tus esfuerzos puedan suscitar en los demás. El mérito ajeno no existe. Los triunfos y excelencias de los otros sólo a ellos pertenecen. Asimismo, tus posesiones pueden ser excelentes, pero tu persona no adquirirá excelencia a través de ellas. Piénsalo: ¿qué es realmente tuyo? El uso que haces de las ideas, recursos y oportunidades que se te presentan. ¿Tienes libros? Léelos. Aprende de ellos. Aplica su sabiduría. ¿Tienes conocimientos especializados? Empléalos a fondo y a buen n. ¿Tienes herramientas? Sácalas de la caja y construye o repara cosas. ¿Tienes una buena idea? Profundiza en ella y llévala a cabo. Saca el mayor provecho de lo que tienes, de lo que es realmente tuyo. Puedes estar razonablemente a gusto y contento contigo mismo si armonizas tus actos con la naturaleza mediante el reconocimiento de lo que es en verdad tuyo.
La buena vida es la vida de la serenidad interior
El signo más claro de una vida superior es la serenidad. El progreso moral tiene como resultado liberarse de la confusión interior. Puedes dejar de preocuparte por esto y aquello. Si buscas una vida superior, abstente de emplear pautas de pensamiento habituales como éstas: «Si no trabajo más duramente, nunca me ganaré bien la vida, nadie me tomará en consideración, seré un don nadie» o«si no critico a mi jefe, se aprovechará de mi buena voluntad».Es mucho mejor morir de hambre libre de pesares y temores, que vivir en la abundancia acosado por la preocupación, el pavor, el recelo y el deseo desenfrenado. Emprende en seguida un programa de autodominio. Pero empieza con modestia, por esas pequeñas cosas que te molestan. ¿Tu hijo ha derramado algo? ¿No encuentras la cartera? Debes decirte a ti mismo: «Hacer frente con calma a este inconveniente es el precio que pago por mi serenidad interior, por verme libre de toda perturbación; nadie consigue algo a cambio de nada».Cuando llamas a tu hijo, debes estar preparado para que no te responda, y si lo hace, tal vez no haga lo que le pides. En tal caso, tu inquietud en nada le ayuda. Tu hijo no debería tener la facultad de causarte ningún trastorno.
No prestes ninguna atención a las cosas que no te atañen
El progreso espiritual nos exige hacer hincapié en lo esencial y hacer caso omiso de todo lo demás, ya que sólo se trata de trivialidades que no merecen nuestra atención. Además, en verdad es bueno que nos consideren estúpidos e ingenuos en relación con los asuntos que no nos atañen. No te preocupes por la impresión que causes en los demás. Están deslumbrados y engañados por las apariencias. Sé fiel a tu objetivo. Sólo así reforzarás tu voluntad y darás coherencia a tu vida. Abstente de intentar granjearte la aprobación y la admiración de los demás. Tu camino va más arriba. No anheles que te consideren sofisticado, único o sabio. De hecho, debes recelar cuando los demás te vean como alguien especial. Ponte en guardia contra la presunción y la vanidad. Mantener la voluntad en armonía con la verdad y preocuparse de lo que escapa al propio control son acciones que se excluyen mutuamente. Cuando estés
absorto en una, descuidarás la otra.
Conforma tus deseos y expectativas a la realidad
Para bien o para mal, la vida y la naturaleza se rigen por leyes que no podemos cambiar. Cuanto antes lo aceptemos, más tranquilos estaremos. Serías un necio si desearas que tus hijos o tu esposa vivieran para siempre. Son mortales, igual que tú, y la ley de la mortalidad está completamente fuera de tu alcance. De modo semejante, es estúpido desear que un patrono, un pariente o un amigo no tengan tacha. Ello supondría controlar cosas que en verdad no podemos controlar. Bajo nuestro control está que no nos decepcione el deseo si nos ocupamos del mismo de acuerdo con los hechos, en lugar de dejarnos llevar por él. En el fondo estamos controlados por aquello que otorga o suprímelo que buscamos o evitamos. Si lo que buscas es la libertad, no desees ni rehúyas nada que dependa de los demás, o siempre serás un esclavo desvalido. Comprende en qué consiste realmente la libertad y cómo se alcanza. La libertad no es el derecho o la capacidad de hacer lo que te venga en gana. La libertad viene de comprender los límites de tu propio poder y los límites naturales establecidos por la divina providencia. Al aceptar las limitaciones y las inevitabilidades de la vida y trabajar con ellas en lugar de combatirlas, nos hacemos libres. Si, por el contrario, sucumbimos ante el deseo pasajero por cosas que escapan a nuestro control, perdemos la libertad ha robado tus pertenencias. ¿Pero por qué debería preocuparte quién devuelve tus cosas al mundo que telas dio? Lo importante es ser muy cuidadoso con las cosas que tienes mientras el mundo te permite tenerlas, tal como un viajero cuida de su habitación en una posada.
La buena vida es la vida de la serenidad interior
El signo más claro de una vida superior es la serenidad. El progreso moral tiene como resultado liberarse de la confusión interior. Puedes dejar de preocuparte por esto y aquello. Si buscas una vida superior, abstente de emplear pautas de pensamiento habituales como éstas: «Si no trabajo más duramente, nunca me ganaré bien la vida, nadie me tomará en consideración, seré un don nadie» o«si no critico a mi jefe, se aprovechará de mi buena voluntad».Es mucho mejor morir de hambre libre de pesares y temores que vivir en la abundancia acosado por la preocupación, el pavor, el recelo y el deseo desenfrenado. Emprende en seguida un programa de autodominio. Pero empieza con modestia, por esas pequeñas cosas que te molestan. ¿Tu hijo ha derramado algo? ¿No encuentras la cartera? Debes decirte a ti mismo: «Hacer frente con calma a este inconveniente es el precio que pago por mi serenidad interior, por verme libre de toda perturbación; nadie consigue algo a cambio de nada».Cuando llamas a tu hijo, debes estar preparado para que no te responda, y si lo hace, tal vez no haga lo que le pides. En tal caso, tu inquietud en nada le ayuda. Tu hijo no debería tener la facultad de causarte ningún trastorno.
Céntrate en tu deber principal
Hay un momento y un lugar para la diversión y el entretenimiento, pero no deberías permitir nunca que éstos pasaran por encima de tus auténticos propósitos. Si vas de viaje y el barco echa el ancla en un puerto, puedes bajar a tierra en busca de conchas o plantas. Pero ten cuidado; estate atento a la llamada del capitán. Presta atención al barco. Distraerse con fruslerías es la cosa más fácil del mundo. En cuanto el capitán llame a bordo, debes estar listo para abandonar dichas distracciones y acudir prontamente, sin siquiera volver la vista atrás. Si eres anciano, no te alejes demasiado del barco o tal vez no consigas presentarte a tiempo cuando te llamen.
Acepta con calma los acontecimientos tal como ocurren
No exijas que los acontecimientos sucedan como deseas. Acéptalos tal como son realmente. Así te será posible la paz.
Tu voluntad está siempre bajo tu poder
En verdad nada te detiene. Nada te retiene realmente, puesto que tu voluntad está siempre bajo tu control.
La enfermedad puede desear a tu cuerpo. ¿Pero acaso eres sólo cuerpo? La cojera puede afectarte las piernas. Pero no eres sólo piernas. Tu voluntad es mayor que tus piernas. Tu voluntad no tiene por qué verse afectada por ningún incidente, a no ser que tú lo permitas. Recuérdalo cada vez que te ocurra algo.
Utiliza plenamente lo que te sucede
Cada dificultad con la que tropezamos en la vida nos ofrece la oportunidad de volvernos hacia dentro e invocar a nuestros recursos íntimos. Las pruebas que soportamos pueden y deben darnos a conocer nuestra fuerza. La gente prudente mira más allá del incidente e intenta crearse el hábito de sacarle provecho. Con ocasión de un suceso accidental, no debes limitarte a reaccionar a la buena de Dios: recuerda que debes volverte hacia dentro y preguntarte con qué recursos cuentas para hacerle frente. Profundiza. Posees fuerzas que a lo mejor aún no conoces. Encuentra la más apropiada. Utilízala. Si tropiezas con una persona atractiva, el dominio de ti mismo será el recurso necesario; ante el dolor o la debilidad, el aguante; ante los insultos, la paciencia. A medida que pase el tiempo y vayas consolidando el hábito de emparejar el recurso íntimo más apropiado a cada incidente, dejarás de tender a dejarte llevar por las apariencias de la vida. Dejarás de sentirte abrumado con tanta frecuencia.
Ocúpate de lo que tienes, no hay nada que perder
En verdad nada nos puede ser arrebatado. No hay nada que perder. La paz interior comienza cuando dejamos de decir, a propósito de las cosas, «lo he perdido», y en su lugar decimos «ha regresado al lugar de donde vino».¿Ha muerto tu hijo? Él o ella ha regresado al lugar de donde vino. ¿Tu marido o tu esposa han muerto? Él o ella ha regresado al lugar de donde vino. ¿Te han arrebatado posesiones y propiedades? Éstas también han regresado al lugar del que vinieron.
La felicidad sólo puede hallarse en el interior
La libertad es la única meta que merece la pena en la vida. Se consigue prescindiendo de las cosas que escapan a nuestro control. No podemos tener un corazón alegre si nuestras mentes son un afligido caldero de temor y ambición. ¿Quieres ser invencible? Entonces no entables combate con aquello sobre lo que no tienes un control real. La felicidad depende de tres cosas, y las tres están bajo tu poder: la voluntad, las ideas respecto a los acontecimientos en los que estás envuelto y el uso que hagas de esas ideas. La auténtica felicidad siempre es independiente de las circunstancias externas. Practica la indiferencia para con las circunstancias externas. La felicidad sólo puede hallarse dentro. Con cuánta facilidad nos deslumbran y nos engañan la elocuencia, los cargos, los títulos, los honores, las posesiones, la ropa cara o un porte afable. No cometas el error de dar por sentado que las celebridades, los personajes públicos, los líderes políticos, los ricos o quienes poseen grandes dotes intelectuales o artísticas son necesariamente felices. Hacerlo es dejarse desconcertar por las apariencias y sólo hará que dudes de ti mismo. Recuerda: la esencia real de la bondad sólo se halla entre las cosas que están bajo tu control. Si no olvidas esta premisa, no te encontrarás en falso sintiendo envidia o desolación, comparando lamentablemente tus logros con los de los demás. Deja de aspirar a ser otro que tú mismo, pues esto está bajo tu control.
Nadie puede hacerte daño
La gente no tiene la facultad de hacerte daño. Incluso si te denigran a voz en grito o te golpean, si te insultan, tuya es la decisión de considerar si lo que está ocurriendo es insultante o no. Cuando alguien te irrita, lo único que te está irritando es tu propia respuesta. Por consiguiente, cuando te parezca que alguien te está provocando, recuerda que lo único que te provoca es tu propio juicio del incidente. No permitas que tus emociones se enciendan ante meras apariencias. Intenta no limitarte a reaccionar al instante. Toma distancia de la situación a fin de tener una perspectiva más amplia. Sosiégate.